viernes, 21 de agosto de 2009

Cartas postales


CARTA

El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.

Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.

Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.

Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelando, humano,
sin ojos que puedan verlo.

Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.

Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inusitada voz
han de repetir: te quiero.

Miguel Hernández
El hombre acecha (1938-1939)




Rosana
Carta Urgente

Una voz: la de Sarah Vaughan



SARAH VAUGHAN
(Newark, 1924 - Los Ángeles, 1990)

A veces las palabras de presentación sobran. Porque pueden sonar finalmente vacías y huecas. Entonces solo queda entregarse a la escucha, despejar el camino hacia los sentidos y dejarse penetrar de manera completa por la voz.




Broken Hearted Melody












Separate Ways












I've got the world on a string






Send in the clowns





sábado, 15 de agosto de 2009

PERSEO (nueva mirada hacia la mitología griega)

El mito según la versión e interpretación que realiza Jean Pierre VERNANT (El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos. Barcelona 2000) de quien se toma prestado el texto:

NACIMIENTO DE PERSEO

Hace mucho tiempo, en la buena y bella ciudad de Argos, vivía un poderoso rey llamado Acrisio. Tenía un hermano gemelo, Preto, y, ya antes de nacer, se peleaban en el seno de su madre, Áglae. De ahí nació una enemistad que se prolongaría durante toda su vida. En especial se disputaron el dominio del rico valle de la Argólida.

Finalmente, el primero reinó en Argos, y el otro, Preto, en Tirinto. Así pues, Acrisio es rey de Argos. Está desolado por no tener un hijo varón. Se va, siguiendo la costumbre, a consultar al oráculo de Delfos para que se le diga si tendrá un heredero y, si es así, qué debe hacer para tenerlo. Siguiendo la regla habitual, el oráculo no contesta a la pregunta, sino que le indica que su nieto, el hijo de su hija, lo matará.

Su hija se llama Dánae. Es una muchacha bellísima a la que Acrisio quiere mucho, pero se siente aterrorizado ante la idea de que su nieto esté destinado a matarlo. ¿Qué puede hacer? Piensa que el encierro es la solución. En realidad el destino de Dánae es permanecer frecuentemente encerrada. Acrisio hace construir, sin duda en el patio del palacio, una prisión subterránea de bronce y ordena bajar a Dánae con una mujer destinada a su servicio; después las encierra concienzudamente a las dos. Ahora bien, desde lo alto del cielo, Zeus ha descubierto a Dánae en la flor de su juventud y su belleza, y se ha enamorado de ella. Estamos en una época en que la separación entre los dioses y los hombres ya se ha consumado. Pero, aunque separados, la distancia todavía no es lo bastante grande para impedir que, de vez en cuando, desde lo alto de la cumbre del Olimpo, en el éter brillante, los dioses contemplen a las hermosas mortales. Ven a las hijas de Pandora, a la que ellos mismos enviaron a los hombres, y a la que Epimeteo abrió imprudentemente su puerta. Les parecen magníficas. No es que las diosas no sean hermosas, pero es posible que los dioses descubran en esas mujeres mortales algo que las diosas no poseen. Tal vez sea la fragilidad de la belleza o el hecho de que no sean inmortales y que haya que cogerlas cuando están todavía en el cenit de su juventud y su encanto.

Zeus se enamora de Dánae y sonríe al verla encerrada por su padre en aquella prisión subterránea de bronce. Desciende en forma de lluvia dorada y la fecunda; aunque también es posible que una vez en el calabozo recuperara su personalidad divina con apariencia humana. Zeus se une a Dánae en el mayor de los secretos. Dánae espera un hijo, un varón que será llamado Perseo. Esta aventura permanece clandestina hasta el momento en que Perseo, un chiquillo vigoroso, llora con tanta fuerza que un día, al pasar por el patio, Acrisio oye un extraño ruido procedente de la prisión donde ha encerrado a su hija. El rey quiere verla. Hace subir a todo el mundo, interroga a la nodriza y se entera de que allí hay un niño. Se siente lleno de pánico y furor a un tiempo al recordar la profecía del oráculo de Delfos. Supone que la sirvienta ha introducido subrepticiamente a un hombre en el lecho de Dánae. Interroga a la hija: “¿Quién es el padre de esa criatura?” “Zeus”. Acrisio no se lo cree. Comienza por matar a la sirvienta convertida en niñera, la sacrifica precisamente sobre su alta doméstico de Zeus. Pero ¿qué hacer con Dánae y el niño? El padre no quiere manchar sus manos con la sangre de su hija y su nieto. De nuevo decide encerrarlos.



Hace venir a un carpintero muy diestro y muy hábil que construye un arca de madera, en la que introduce a los dos, Dánae y Perseo. Confía a los dioses la misión de resolver el asunto, se libera de ellos, pero ya no encarcelándolos bajo tierra, en su palacio, sino abriendo todo el espacio marino al vagabundeo de su hija y su nieto, encerrados en su escondite. En efecto, el arca navega sobre el mar hasta las costas de una pequeña isla, un islote desprovisto prácticamente de todo, Sérifos. Un pescador, pero un pescador de linaje real, Dictis, recoge el arca. La abre y descubre a Dánae y a su hijo. También él se siente seducido por la belleza de Dánae; conduce a su casa a la joven y a su hijo; los acoge como si formaran parte de su propia familia. Conserva a Dánae a su lado, la respetea, y cría a Perseo como si fuera un hijo. Dictis tiene un hermano, llamado Polidectes, que reina en Sérifos. El pequeño Perseo crece bajo la protección de Dictis. La belleza de Dánae hace estragos; el rey Polidectes, que la ha visto, se enamora locamente de ella. Siente un deseo imperioso de casarse con ella o, por lo menos, de poseerla. No es fácil, ya que Perseo casi es un hombre y cuida de su madre. Dictis también la protege, y Polidectes se pregunta cómo conseguirla. Idea el siguiente procedimiento: organiza un gran banquete al que está invitada toda la juventud de la región. Cada uno de los jóvenes acude con un regalo o una contribución al ágape.

PERSECUCIÓN DE LAS GORGONAS

El rey Polidectes preside la mesa. Ha dado como pretexto para el banquete su supuesta intención de casarse con Hipodamía. Para poder casarse con ella, debe ofrecer a los que tienen autoridad sobre la joven suntuosos regalos, objetos preciados. Toda la juventud de Sérifos está presente, y, evidentemente, también Perseo. En el transcurso de la comida, todos hacen alardes de generosidad y nobleza. El rey pide que le traigan, sobre todo caballos. Hipodamía es una joven enamorada de la equitación; si se el ofrece una caballeriza entera, su corazón se rendirá. ¿Qué hará Perseo para impresionar tanto a sus jóvenes camaradas como al rey? Manifiesta que él no se limitará a traer una yegua, sino todo lo que el rey quiera, por ejemplo, la cabeza de la Gorgona. Lo dice sin pensarlo demasiado. A la mañana siguiente, cada invitado trae al rey el regalo prometido; Perseo se presenta con las manos vacías y se muestra dispuesto a traer también él una yegua, pero el rey le dice: “No, tú me traerás la cabeza de la Gorgona.” No hay manera de escaparse: si no cumple su palabra, se le caerá la cara de vergüenza. No hay manera de eludir una promesa, aunque haya sido una jactancia. Ya tenemos, pues, a Perseo obligado a traer la cabeza de la Gorgona. No olvidemos que es el hijo de Zeus; cuanta con la simpatía y el apoyo de cierto número de divinidades, en especial de Atenea y Hermes, dioses inteligentes, sutiles y desenvueltos, que cuidarán de que la promesa sea cumplida. Así pues, Atenea y Hermes colaboran con el joven en la hazaña que tiene que realizar. La exponen la situación: para conseguir llegas hasta las Gorgonas hace falta, en primer lugar, saber dónde se encuentran. Ahora bien, nadie lo sabe.

Son unos monstruos espantosos, tres hermanas que forman un trío de seres horribles y mortíferos, de las cuales dos son inmortales, mientras que la tercera, que se llama Medusa, es mortal. Esta cabeza, la de la Medusa, es la que debe conseguir.


Así pues, se trata de localizar a las Gorgonas, de saber cuál de ellas es Medusa y de cortarle la cabeza. No es una tarea fácil. En primer lugar, hay que saber dónde ir a buscarlas, y para ello Perseo tendrá que salvar una serie de etapas y de pruebas con la ayuda de sus dioses protectores. La primera prueba consiste en descubrir y abordar un trío de hermanas de las Gorgonas, las Grayas, que son, al igual que las Gorgonas, las hijas de unos monstruos especialmente peligrosos, Forcis y Ceto, dos seres marinos del tamaño de una ballena. Las Grayas no viven en un país tan lejos como sus hermanas. Las Gorgonas viven más allá del Océano, más allá de las fronteras del mundo, en las puertas de la Noche, mientras que las Grayas están en el mundo. Las Grayas también son tres. Al igual que las Gorgonas, son jóvenes, pero jóvenes que han nacido viejas. Son unas jovencitas ancestrales, unas jóvenes ancianas. Están llenas de arrugas, tienen la piel amarillenta y rugosa como la nata que se forma en la superficie de la leche con el paso de los días. En griego se llama grays, y de ahí procede su nombre. El cuerpo de esas jóvenes divinas no es rosado, sino que presenta la monstruosa particularidad de tener la piel de anciana, una piel completamente marchita, completamente arrugada. Tienen también otra característica: forman un trío tan unido y solidario que disponen para las tres de un sólo ojo y un único diente. Como si fueran un único e idéntico ser.

Un único ojo, un único diente: podríamos pensar que todo eso no es mucho y que están realmente disminuidas. Pero no es cierto, ya que, como ellas sólo tienen un ojo, se lo pasan de una a otra ininterrumpidamente, de manera que ese ojo, siempre abierto, está de modo permanente al acecho. Sólo disponen de un diente, pero estas jóvenes ancianas no están desdentadas a pesar de ese único diente, que utilizan por turnos, como el ojo, y con el que pueden devorar incluso a seres humanos, como Perseo.

Así que Perseo debe mantener los ojos más alertas que el de esas tres jóvenes-viejas que sólo tienen uno, pero de una perspicacia casi infalible. Necesita encontrar el momento en que ese ojo no pertenezca a ninguna de las tres. Se lo pasan para que permanezca constantemente vigilante. Entre el momento en que una se lo pasa a la otra y ésta lo recibe, existe un intervalo de tiempo, una diminuta brecha en la continuidad temporal, en al que es preciso que Perseo, como una flecha, pueda colarse y robar el ojo.

Perseo no se equivoca. Ve el momento en que el ojo está disponible y lo coge. Se apodera también del diente. Las Grayas se encuentran en un estado espantoso, gritando de rabia y de dolor. Están ciegas y sin su único diente. Inmortales, pero reducidas a nada. Obligadas a implorar a Perseo que les devuelva el ojo y el diente, están dispuestas a ofrecerle cualquier cosa a cambio. Lo único que él pretende es que le indiquen el lugar donde residen las muchachas, las Nýmphai, las Ninfas, y el camino para llegar hasta allí.

La palabra númphe indica el momento en que la joven empieza ser núbil; salida de la infancia, está preparada para el matrimonio, puede casarse, pero todavía no es una mujer de los pies a la cabeza. Las Ninfas también son tres. Al contrario que las Grayas, que si descubren a alguien con su ojo lo devoran con su diente, las Ninfas son muy amables y acogedoras. Tan pronto como Perseo les pide lo que necesita, se lo dan. Le indican el lugar donde se ocultan las Gorgonas y le regalan objetos mágicos que le permitirán realizar lo imposible: afrontar la mirada de Medusa y dar muerte a la única mortal de las tres Gorgonas. Las Ninfas le ofrecen unas sandalias aladas, las mismas que utiliza Hermes, que permiten a quien las lleve no ya dejar de mover un pie tras otro, sino volar a gran velocidad como el pensamiento, como el águila de Zeus, y cruzar el espacio de sur a norte sin la menor dificultad. En primer lugar la velocidad.


A continuación las Ninfas le entregan el casco de Hades, una especie de caperuza de piel de perro, que se pone en la cabeza de los muertos. Cuando el casco de Hades cubre la cabeza, los muertos quedan sin rostro, son invisibles. Esa caperuza representa la condición de los muertos, pero también permite que un vivo, si dispone de ella, se vuelva tan invisible como el espectro. Puede ver sin ser visto.

Velocidad e invisibilidad. Le obsequian también con un tercer regalo, la kýbissis, unas alforjas, un zurrón en el que los cazadores meten la presa en cuanto está muerta. En este zurrón, Perseo depositará la cabeza de Medusa para que sus ojos sigan ocultos, como unos párpados que se cerrarán sobre los ojos mortíferos de la Gorgona. A todo eso Hermes añade un regalo personal, que es la harpé, esa hoz curvada que corta sea cual sea la dureza del obstáculo que encentra. Ya tenemos, pues, a Perseo equipado de los pies a la cabeza: en los pies, las sandalias; en la cabeza, el casco de la invisibilidad; la kýbissis, a la espalda, y la hoz en la mano. Así que vuela hacia las Gorgonas.

¿Quiénes son las Gorgonas? Son seres cuya naturaleza implica rasgos absolutamente contradictorios, seres monstruosos. Su monstruosidad consiste en presentar un conjunto de rasgos que son incompatibles entre sí. En parte inmortales, dos de las hermanas, y mortal la tercera. Son mujeres, pero su cabeza está erizada de espantosas serpientes, que lanzan miradas salvajes; cargan sus hombros con inmensas alas doradas que les permiten volar como pájaros, y sus manos son de bronce. Conocemos algo mejor la cabeza, una cabeza extraordinaria. A un tiempo masculina y femenina, es espantosa, aunque se hable a veces de la bella Medusa o de las hermosas Gorgonas. En las imágenes que las representan, se ve que tienen barba. Pero no por ser barbudas esas cabezas son humanas, ya que al mismo tiempo tienen una dentadura bestial, dos largos colmillos de jabalí que asoman fuera de su boca, abierta en un rictus, con la lengua proyectada hacia el exterior. De esa boca torcida sale una especie de aullido terrible, como de bronce golpeado, que paraliza de terror al que lo oye.

Los ojos son muy especiales. Tienen la propiedad de que quien quiera que los mire se convierta al instante en piedra. Todo lo que constituye la vida, la movilidad, la flexibilidad, la ligereza, el calor, la suavidad del cuerpo, todo se convierte en piedra. No se afronta únicamente la muerte, sino una metamorfosis que nos hace pasar del reino humano al mineral, y, por tanto, a lo más contrario del ser humano. Es algo a lo que no se puede escapar. Así pues, la dificultad consistirá, para Perseo, en descubrir, por una parte, cuál de las tres cabezas de las Gorgonas tiene que cortar, y después en no cruzar en ningún momento su mirada con ninguna de las tres. Concretamente, tiene que cortar la cabeza de Medusa sin cruzar la mirada cara a cara, con ella, sin entrar en su campo de visión. En la historia de Perseo, la mirada desempeña un papel considerable; en el caso de las Grayas, se trataba únicamente de tener una mirada más rápida que la de los monstruos. Pero cuando se ira a una Gorgona, cuando se cruza la mirada de la Medusa, sea rápida o lenta, lo que se ve reflejado en los ojos del monstruo es a uno mismo convertido en piedra., a uno mismo transformado en una cara del Hades, un semblante de muerte, ciego, sin mirada.

Perseo jamás la habría conseguido si Atenea no le hubiera prodigado sus consejos y brindado una ayuda considerable. Le ha dicho que tenía que llegar desde arriba, elegir el momento en que las dos Gorgonas inmortales están reposando, como que habrán cerrado los ojos. En cuanto a Medusa, hay que cortarle la cabeza sin caer jamás bajo su mirada. Para conseguirlo, en el momento de empuñar la hárpe, hay que desviar la cabeza hacia el otro lado. Pero ¿cómo saber la manera de cortarle la cabeza si hay que mirar al otro lado? Sin mirarla, no sabremos dónde está, y se corre el peligro de cortar un brazo o cualquier parte del cuerpo de Medusa. Así pues, es imprescindible, al igual que con las Grayas, saber exactamente a un tiempo dónde asestar el golpe, garantizar una mirada precisa, exacta e infalible, y, a la vez no ver, en el blanco buscado, el ojo petrificador de que dispone.

Nos encontramos con una paradoja total. El problema es resuelto por Atenea, que descubre la manera de colocar su hermoso escudo pulimentado de forma que, sin cruzar su mirada con la de Medusa, Perseo vea con claridad su reflejo en la hoja de su arma, bruñida como el espejo, para conseguir asegurar el golpe y degollarla como si la viera directamente. Le corta la cabeza, la coge, la mete en el kýbissis, lo cierra y se marcha.




Las otras dos Gorgonas se despiertan al oír el grito de Medusa. Con sus chillidos estridentes y espantosos que las caracterizan, se lanzan en persecución de Perseo. Éste, al igual que ellas, puede volar, pero, además, tiene la ventaja de ser invisible. Intentan atraparlo, pero consigue escapar, y ellas están que trinan.

LA BELLEZA DE ANDRÓMEDA

Perseo llega a las riberas orientales del Mediterráneo, a Eitopía. Mientras vuela por los aires, descubre a una muchacha bellísima encadenada a una roca, tan cerca del mar que las olas le mojan los pies. Esa visión le conmueve. La joven se llama Andrómeda. Ha sido colocada en tan penosa situación por su padre Cefeo. Su reino ha conocido graves azotes. Hacen saber al rey y a su pueblo que la única manera de terminar con tales calamidades es estregar a Andrómeda a un monstruo marino, a uno de aquellos seres que surgen del mar y pueden desencadena olas terribles capaces de sumergir al país; así que la abandonan en la roca para que el mar disponga de ella como quiera, es decir, la devore o la haga suya.

La desdichada gime, y su lamento llega hasta Perseo, que vuela por los aires; lo oye, la ve. Su corazón se siente embargado por la belleza de Andrómeda. Busca a Cefeo, que le cuenta lo ocurrido. Perseo le promete liberar a su hija si se la da como esposa. El padre acepta, pensando que, en cualquier caso, es imposible que el joven llegue hasta ella. Perseo regresa al lugar donde Andrómeda, rodeada por las olas, permanece atada, de pie sobre un pequeño peñasco. El monstruo avanza hacia ella, inmenso y temible, aparentemente invencible. ¿Qué puede hacer Perseo? Con las fauces abiertas y la cola golpeando las olas, el monstruo amenaza a la hermosa Andrómeda. En los aires, Perseo se sitúa entre el sol y el mar, de manera que su sombra se proyecte sobre las aguas, justo delante de los ojos de la bestia. La sombra sobre el espejo de las aguas, igual que, sobre el escudo de Atenea, el reflejo de Medusa. Perseo no ha olvidado la lección que acaba de darle la diosa. Al ver la sombra que se mueve delante de él, el monstruo se imagina que allí está el ser que le amenaza. Se precipita sobre el reflejo y, en aquel momento, Perseo, desde lo alto del cielo, cae sobre él y lo mata.



Perseo mata al monstruo y libera después a Andrómeda. La lleva hasta la orilla, y, una vez allí, comete un pequeño error. Andrómeda está fuera de sí, completamente trastornada, e intenta recuperar sus fuerzas y su esperanza en la orilla, entre las rocas. Para reanimarla, para tener mayor libertad de movimientos, Perseo deposita la cabeza de Medusa sobre la arena de tal manera que los ojos del monstruo sobresalen ligeramente del zurrón. La mirada de Medusa se extiende sobre la superficie de las aguas; las algas que flotaban armoniosamente, móviles y vivas, se solidifican y petrifican hasta convertirse en corales ensangrentados. Ésta es la razón de que existan en el mar unas algas mineralizadas: la mirada de Medusa las ha convertido en piedra en medio de las olas.

Perseo se lleva después a Andrómeda con él. Recupera su zurrón, que se apresura a cerrar, y llega a Sérifos, donde su madre, Dánae, le espera. También le aguarda Dictis. Los dos se han refugiado en un santuario para escapar de Polidectes. Entonces Perseo decide vengarse del malvado rey. Le comunica que ha vuelto y que le trae el regalo prometido; se lo entregará en el transcurso de un gran banquete. Todos los hombres de Sérifos, jóvenes y adultos, se reúnen en la gran sala. Beben y comen, es una fiesta. Llega Perseo. Abre la puerta, le saludan, entra. Polidectes se pregunta qué va a ocurrir.

Mientras todos los invitados están sentados o reclinados, Perseo permanece de pie. Agarra entonces de su zurrón la cabeza de Medusa, la saca, la enarbola en lo alto del brazo, desviando la mirada hacia otro lado, hacia la puerta. Todos los comensales se quedan inmovilizados en la posición exacta en que se hallaban. Algunos estaban bebiendo, otros hablando, otros tenían la boca abierta, o los ojos clavados en Perseo. Polidectes muestra una actitud de sorpresa. Todos los participantes en el banquete se han convertido en cuadros o estatuas. Se transforman en imágenes mudas y ciegas, el reflejo de lo que eran cuando vivían. Perseo devuelve entonces la cabeza con el ojo terrorífico a su zurrón. En ese momento, puede decirse que, en cierto modo, ha terminado la historia de Medusa.

Queda el abuelo, Acrisio. Perseo sabe que éste se ha portado mal con él porque creía que su nieto provocaría su muerte. Se el ocurre el modo de hacer las paces con él. Así que parte en compañía de Andrómeda, Dánae y Dictis hacia Argos, donde Acrisio, advertido que el pequeño Perseo se ha hecho un hombre, ha realizado grandes hazañas y está a punto de llegar a la ciudad, muerto de miedo, se dirige a una población vecina donde se celebran unos juegos.

Cuando Perseo llega a Argos, le anuncian que Acrisio ha ido a participar en unos juegos. Concretamente en un concurso de lanzamiento de disco. Se traslada a la población vecina, donde invitan a concursar al joven Perseo, que es guapo y bien plantado, y está en la flor de la edad. Entonces coge su disco y lo lanza. Por casualidad, el disco cae encima de Acrisio y le causa una herida que le provoca la muerte. Perseo no se decide a ocupar el trono de Argos, que le corresponde. No le parece correcto suceder al rey cuya muerte ha provocado. Descubre entonces una especie de reconciliación familiar a través de un intercambio. Y que el hermano del difunto rey, Petro, reina en Tirinto, le propone que suba al trono de Argos y él ocupará su lugar en Tirinto.

Antes devuelve los instrumentos de su victoria sobre Medusa a quienes se los habían confiado. A Hermes le entrega, al mismo tiempo que la hárpe, las sandalias aladas, el zurrón y el casco de Hades para que se los devuelva, más allá del mundo humano, a sus propietarias legítimas, las Ninfas. En cuanto a la cabeza cortada al monstruo, la ofrece como regalo a Atenea, que la coloca como pieza central de su escudo. Enarbolado sobre el campo de batalla, el Gorgoneion de la diosa inmoviliza al enemigo, paralizado por el terror, y lo envía, transformado en fantasma, en doble espectral, en eídolon, al país de las sombras, al Hades.

Convertido de nuevo en simple mortal, el héroe, cuya gesta había hecho de él durante largo tiempo el “dueño de la muerte”, abandonará la vida cuando llegue su hora, como todo mortal. Pero, para honrar al joven que se atrevió a desafiar a la Gorgona de la mirada terrorífica, Zeus transporta a Perseo al cielo, donde se establece en forma de las estrellas que constituyen la constelación que lleva su nombre, la cual, sobre la sombría bóveda nocturna, dibuja su figura mediante puntos luminosos para que la vean todos por siempre jamás.




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Leído el mito de Perseo, al menos en la particular versión que nos ofrece Jean Pierre VERNANT, cuya obra es muy recomendable en muchos sentidos para cuestiones de mitología griega, podemos concluir con una pieza musical de la serenata “Andromeda Liberata”. Sin entrar aquí en cuestiones musicológicas respecto a la autoría y formación de tal pieza, algo que se escapa a nuestras capacidades, nos permitimos ofrecer el aria de Perseo titulada “Sovente il sole”, que el musicólogo francés Olivier Fourès identificó como pieza compuesta por Antonio Vivaldi. Se trata de un conmovedor largo en mi menor con violín obligado. La versión que les ofrezco para escuchar está cantada por el contratenor Philippe Jaroussky, acompañado del Ensemble Matheus, bajo la dirección de Jean Christophe Spinosi.

Si son capaces de soportar toda la belleza del aria, pueden enfrentarse a su escucha.





















Sovente il sole
risplende in cielo
più bello e vago (caro)
se oscura nube
giá l'offuscò

E il mar tranquillo
si senza onda
talor si scorge,
si ria procella
pria lo turbò.

A menudo el sol
resplandece en el cielo
más bello y gracioso
si una oscura nube
antes lo ocultó

Y el mar tranquilo
casi sin olas
se percibe
si una tempestad
antes lo turbó

Si alguien estuviera interesado en las cuestiones que rodean la autoría de “Andromeda liberarata” pueden seguir el siguiente enlace, donde seguro que encontrarán alguna información de interés

http://www.goldbergweb.com/es/magazine/interviews/2005/02/30766_2.php

(Las imágenes que ilustran este tema han sido tomadas de diversas páginas de internet. Excúsennos las respectivas páginas y autores por no poder citarlas a todas. Sirva la presente nota para testimoniar nuestra deuda con todos ellos, por si alguna imagen estuviera sometida a derechos de autor)

miércoles, 24 de junio de 2009

"MALDITA MÚSICA"

Leído en EL NORTE DE CASTILLA, el miércoles 15 de abril de 2009 y firmado por JUAN BAS

"Está empezando a sucederme con la música lo mismo que con algunas otras cosas, que en sí son bienes culturales e inocentes y es su utilización inadecuada la que puede hacer que se llegue a destarlos, injustamente.

Es muy difícil encontrar un local de hostelería en el que no haya música. Y claro, del tipo y al volumen que el dueño quiera. Ya apenas se salvan tampoco los últimos reductos que se librarban de la peste del hilo musical, los restaurantes. Ahora, en comidas y cenas tienes que aguantar música en el comedor; por lo general puesta a bajo volumen, bien es verdad, pero casi siempre inadecuada o repetitiva o directamente espantosa.

En bares -excluyo los de copas, donde siempre ha habido música más o menos escogida -y cafeterías hay dos modalidades principales de tormento: el hilo musical en el canal de música de ambiente -la banda sonora del limbo-, con esas versiones instrumentales deprimentes que no perdonan a nadie, desde Beethoven a Lou Reed, y la radio con programas de canciones de moda, que suelen ser más gritadas que cantadas -sin olvidar las salmodias rap-, trufadas de anuncios chorras, llmadas de oyentes con resto en vez de cociente intelectual y arengas de un presentador dicharachero que habla como si se hubiera caído en la marmita de las anfetaminas y consigue que añores la pena medieval de cercenadura de lengua.

Da igual que sea la hora del desayuno. Ayer me tocó un bar con salsa, a las nueve, como puede ser bakalao. Nadie parece oírlo o molestarle. Conlo cual uno se siente aún más neurótico. Pero lo peor es cuando un bar está lleno, con la gente haciendo el habitual concurso de ver quién habla más alto y la música de ambiente de fondo, que no se oye pero es una gama de ruido más que incita a elevar el volumen de voz. A nadie se le ocurre quitarla en esas circunstancias.

Parece que así como nos han convencido de que si no consumes todo el tiempo y lo que sea eres un marginal y un desgraciado, también es necesario que nos acompañe la música en todo tiempo y lugar. Da la impresión de que al ciudadano medio del siglo XXI, habituado a la constante compañía de la música, voces o ruidos, le aterrara el silencio. Tal vez sea porque asocia el silencio no a la tranquilidad, sino a la muerte. O porque el silencio ayuda a la reflexión, así como el ruido aturde e impide pensar, y quizá ese silencio se evita rigurosamente para no percibir ese característico eco que se produce en una casa vacía."

LA PARABOLA DE LOS CIEGOS

Reconoceré que la obra pictórica de PIETER BRUEGHEL siempre ha despertado en mí interés y entusiasmo, en especial algunos de sus muchos cuadros.

Hoy he decidido mostrarles la obra titulada "La Parábola de los ciegos", expuesta en las Galerías Nacionales de Capodimonte, en Nápoles (Italia), no tanto por el pintor, que lo merecería por sí solo, como por la temática. Porque últimamente, ese asunto, se me antoja diariamente reflejado en muchos sucesos de mi vida cotidiana. Si al menos un tuerto guiara la comitiva o emitiera el consejo... pero, curiosamente, siempre encabeza la procesión un ciego, que además resulta ser obstinado en el carácter y negador persistente de su falta de visión. Con lo cual ya sabemos el final que les espera a todos.

La obra está firmada por el autor y fechada (abajo a la izquierda): "BRVEGEL M.D.LX.VIII". El tema está inspirado en el Evangelio (Mateo XV, 14; Lucas VI, 39): "si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en un hoyo".

Por calidad pictórica e intensidad expresiva, se ha considerado a esta obra como una de las mejores páginas de Brueghel: "la meditadísima composición, toda ella dispuesta en diagonales que caen hacia la izquierda, la belleza del paisaje, la terrible verdad de los desgraciados dinámicamente dispuestos en abanico de izquierda a derecha (en su desordenado agolparse que los caracteriza como ciegos aun sin fijarse en el vacío de sus órbitas), con un sentido eneluctible y espasmódicamente tenso de la caída, la tenue entonación del color -grises, verdes, violetas apagados- y hasta la delgadez de la materia cromática, todo contribuye a hacer del cuadro un desgarrador documento de altísima humanidad y de arte sublime."



martes, 9 de junio de 2009

Y UNA CANCIÓN

Flow, My Tears
By John Dowland (1563-1626)

Flow my tears, fall from your springs,
Exilde for ever: Let me morne
Where nights black bird hir sad infamy sings,
There let me live forlorne.

Downe vaine lights shine you no more,
No nights are dark enough for those
That in dispaire their last fortunes deplore,
Light doth but shame disclose.

Never may my woes be relieved,
Since pittie is fled,
And teares, and sighes, and grones
My wearie days of all joyes have deprived.

From the highest spire of contentment,
My fortune is throwne,
And feare, and griefe, and paine
For my deserts, are my hopes since hope is gone.

Hark you shadowes that in darnesse dwell,
Learn to contemne light,
Happy that in hell
Feele not the worlds despite.


¡Fluíd, lágrimas mías, caed de vuestros manantiales!
Exiliado para siempre, dejadme penar;
Permitidme que viva olvidado
Donde el pájaro negro de la noche canta la triste infamia de ella.

¡Apagaos, oh vanas luces, no brilléis más!
No hay noche lo bastante oscura para aquellos
Que en la desesperación lloran por sus fortunas perdidas.
La luz no hace más que mostrar su vergüenza.

Nunca serán mis penas aliviadas,
Puesto que la piedad ha huido;
Y las lágrimas, suspiros y gemidos han privado
de cualquier alegría a mis cansados días.

Desde la más alta cota de felicidad
Mi fortuna se ha precipitado
Y miedo, dolor y pena son mi única esperanza,
porque esperanza ya no hay

¡Oíd!, vosotras, sombras que en la oscuridad moráis,
Aprended a despreciar la luz
Felices, felices, quienes en el infierno
no sienten el desprecio del mundo.


Intérpretes:
Barbara Bonney (soprano)
Jacob Heringman (laúd)

UNA VOZ: LA DE PILAR LORENGAR

Cabría haber citado muchas voces antes de que el nombre de la soprano PILAR LORENGAR hubiera asomado a nuestros labios, porque otras son las que ocupan preferentemente nuestros oídos. Pero siempre hemos sentido un cierto aprecio por esta artista aragonesa de nacimiento, especialmente desde aquellos tiempos en los que sus conciudadanos omitíamos cualquier referencia a sus cualidades y arte, cegados como estábamos por otros nombres más rutilantes o que copaban con mayor frecuencia los medios de comunicación. Por eso he querido que sea ella la primera en ser citada aquí, antes de dar entrada en este espacio a otras sopranos, a otras voces femeninas.

Y para glosar su trayectoria y cualidades nos permitimos el atrevimiento de “robar” las palabras que le dedica Joaquín Martín de Sagarmínaga en su sección de Diverdi.com “Dr. Oigo voces”.

“Pudo haberse quedado toda la vida siendo Lorenza García, acarreando con modestia canastillos de fresas y grabando docenas de zarzuelas todavía en los tiempos del garrote vil, con aquel manubrio interminable de Zafiro, las de los zafios prensados editadas por Zacosa. Pero el destino quiso que emigrase a Alemania, para trabajar en la construcción –del genero lírico alemán– y llegar a convertirse en esa magna Pilar Lorengar que aportó toda una playa de ambiciosos granos de arena, de tanto como asimiló el Geist, el Deutsches Requiem y el espeso oleaje de aquellas tierras tan diversas de Aragón o Chamberí. Para quien llegó a tutear a Gluck, Mozart, Weber, Wagner o Strauss, o a los Dvorák y Smetana, cuando todavía eran leídos en la lengua de los bávaros, rusalkando y noviavendidando también en modo magistral, ¡un respeto, señores!. Sáquense Vds. el sombrero de la chola, háganme el favor, porque delante de esta gran soprano no están permitidos más que para quitárselos con asombro y rendibú.

Pilar Lorengar tuvo éxitos iniciales resonantes, en el Colón bonaerense (donde fue Pamina con Beecham) o en el Met neoyorquino. Pero su casa durante más de treinta años fue centroeuropea. Un contrato la ligó con la Ópera Alemana de Berlín entre 1958 y 1989 y en ese tiempo puso a girar por el mundo sus Bodas, Don Giovanni, Freischütz, Lohengrin, Maestros... Tampoco descuidó lo latino, con su sanota Traviata como una manzana golden (en los tres primeros cuadros), su inflamada Desdémona o unas emotivas Tosca y Cio-Cio-San. Pero quizá su mayor creación fuera la ya mentada Pamina flautera. ¡Cómo tocaba Pilar esa flauta, con qué sencillez y ausencia de afectación! La cantó en una producción ilustrada por Chagall, y la grabó con Georg Solti, con los dibujos de Kokoschka que tanto alegraban el libreto, en parte ideados para un montaje luego no asumido del Covent Garden.

Intérprete singular, su voz redonda y luminosa se apoyó en la disciplina tedesca tanto como en una técnica italiana de órdago, cuyo fuerte era la soldadura de todos los registros. Puestos a comparar, la referencia ineludible sería Elisabeth Grümmer, por musicalidad y repertorio, por vibrato e irisaciones vocales. También cabe avecindarla con Teresa Stich-Randall, buena en Mozart y Strauss, pero de voz más feble, con menor matización y empaque en ópera o en lied.
Para ser una perfecta cantante alemana, Pilar no necesitó escribir una memoria escabrosa. No, no fue una Wilhelmine. Y cuando ella misma se fue, lo hizo de forma escalonada (Berlín para la ópera; Madrid y Oviedo para el recital), tan discreta como ella. Tenía derecho a descansar. Sólo nos engañó una vez, hacia el final de su vida. Casada en nupcia feliz con Jürgen, un médico de prestigio, dijo a los alegres chicos de la prensa que se retiraba para estar con los suyos. Recuerdo que pensamos: “¡Lorengar es de las pocas que, además de los focos, tiene otra vida!”


En 1996, ya tarde, descubrimos que por una vez fue convencional y no dijo la verdad ni oblicuamente. Se iba, sí, pero para morirse. “

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tomado de:
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Rusalka - Dvorak
Mesicku na nebi klubokem
Orquesta de la Opera de V¡ena
Walter Weller






Le nozze di Figaro – Mozart
E Susana non vien!...Dove sono
Orquesta de la Opera de V¡ena
Walter Weller



Der Freischütz - Weber
Wie nahte mir der Schlummer…Leise, leise
Orquesta de la Opera de V¡ena
Walter Weller




Die tote Stadt – Korngold
Glück, das mir verblieb
Orquesta de la Opera de V¡ena
Walter Weller


Las fotos se han tomado prestadas, en su mayor parte, de http://www.cs.princeton.edu/~san/