viernes, 15 de mayo de 2009

La desdichada Ariadna, en texto y en música

Entre las muchas cosas con las que a uno le gusta disfrutar de vez en cuando, hay dos que cabría resaltar en este momento. Una primera, que procede de los años escolares y se prolonga, aunque algo mitigada, hasta la actualidad, es la mitología griega. Y entre las narraciones que la componen, siempre he sentido atracción por el mito de Ariadna, la joven cretense abandonada por Teseo en la isla de Naxos tras ayudarle a vencer al Minotauro.

Una segunda, y que se dejará sentir mucho en este blog, si es que el ánimo me alcanza para darle una cierta continuidad, es la música llamada clásica. Sobre todo en aquellos exponentes en los que tiene cabida la voz humana, especialmente la femenina, ya sea en su forma operística, ya sea bajo forma cancioneril.

Es posible, sin embargo, que las composiciones de Franz Joseph Haydn (1732-1809) no se encuentren entre las que más frecuento del repertorio clásico, pero siento especial “empatía” por la cantata que compusiera el músico austriaco sobre Ariadna, evocando todos los estados de ánimo de la desgraciada joven.

Y entre las posibles versiones de la pieza, algunas de ellas muy estimables, me he decantado por aquella en la que se deja escuchar el espléndido arte canoro de la soprano estadounidense, tristemente fallecida, ARLEEN AUGER. Quizá no se encuentre instalada en el apretado pelotón de las más grandes voces femeninas de la historia, pero seguro que apenas se encuentra un pasito detrás de ellas.






ARIADNA

(Tomado de: GARCÍA GUAL, Carlos: Diccionario de mitos. Editorial Planeta. Barcelona 1997)

"La joven princesa es seducida por el bello extranjero, que se ha presentado como el héroe de sus sueños, y le ayuda a conquistar el botín, traicionando a los suyos, y luego tras la victoria se fuga con él. Pero el joven seductor no cumple la promesa de matrimonio y abandona a la ingenua enamorada mientras ella duerme, y se aleja camino de su patria, triunfador del monstruo y sin ninguna ligadura sentimental. Ése podría ser, en breve apunte, el esquema de la historia de Ariadna, la princesa cretense que se dejó seducir por Teseo.

Queda algo más en el destino de ambos. A Teseo, hábil en vencer obstáculos, le aguarda el trono de Atenas y mucha gloria heroica, y otra boda regia (sorprendentemente con una hermana de Ariadna, Fedra, y esta vez no saldrá tan bien parado). A Ariadna el encuentro con el divino Dioniso y su cortejo báquico, después de un amargo despertar en soledad, cuando a la luz del alba el barco de Teseo fugitivo era y sólo una mancha breve y oscura –negra era la vela de su barco- allá en el horizonte marino.

El mito es bien conocido en sus líneas fundamentales. La historia de Ariadna es sólo un episodio en la de Teseo. Contado así se parece a otros. Es la historia de una seducción y un abandono, de un enamoramiento aprovechado y mal correspondido, de una princesa que atraicionó a su familia por el amor del viajero, y se encuentra luego sola y desterrada. Pero, como en otros mitos, en los detalles está su gracia singular. Y también en algunas imágenes. Como dos que contrastan entre sí: la primera es la de al muchacha que, con un ovillo de hilo en la mano, aguarda a la salida del laberinto. La segunda, la de esa joven que se despierta y mira el mar, en la orilla de la isla de Naxos y sólo escucha el rumor de las olas. Pero cabe aún una tercera estampa en el contraste: el dios Dioniso, coronado de pámpanos y con su alegre cortejo ritual, tiende hacia Ariadna sus amorosos brazos. Volvamos al relato. Y recordemos los datos esenciales.

Hija del poderoso rey Minos de Creta y de su esposa, la apasionada Pasífae, Ariadna fue princesa en la gran isla y habitaba el palacio real junto al tortuoso Laberinto construido por Dédalo para albergar a su hermanastro, el semihumano Minotauro. Atenas enviaba como tributo al soberano de Creta siete parejas de jóvenes de cuando en cuando. El Minotauro los devoraba en su inmensa guarida. Pero en el tercer envío llegó, entre esos jóvenes, el héroe Teseo, jijo del rey Egeo, o quizá del dios Poseidón, Ariadna se enamoró de él y le prometió su ayuda para escapar del intrincado palacio del monstruo.

El Laberinto había sido construido por el arquitecto e ingeniero Dédalo, para recluir al fondo de sus zigzagueantes pasadizos al monstruo, hijo de Pasífae y del toro de Poseidón, espanto y misterio de Creta. Con cabeza taurina y cuerpo humano, la figura ruge en el fondo oscuro y aguarda a sus víctimas. Su fama está ligada al recinto de múltiples recovecos. Labyrinthos es un nombre prehelénico, que seguramente significa “palacio del hacha doble”, llamada en griego lábrys. El hacha doble es un signo pintado con frecuencia en las paredes de las ruinas excavadas en Cnosos por sir Arthur Evans, en ese palacio de cientos de habitaciones y quebrados pasillos. Allí algunas pinturas murales recuerdan antiguas fiestas y cultos al toro. Y los arqueólogos han encontrado estatuillas de cabezas de toros de cuernos dorados, que aluden a los mismos ritos.

Pasífae, esposa de Minos y madre del Minotauro, tiene un nombre que parece significar “la que brilla para todos” –pasi phaés-, muy adecuado a una hija de Helios, el dios Sol, y sus hijas tienen también nombres lucidos: Fedra es la “resplandeciente” -phaídra- y Ariadna “la muy santa” –ari hagna-, un epíteto de la Luna. Por su lado materno, Ariadna es prima de Medea y sobrina de Circe, con las que comparte esa tendencia a dejarse seducir por héroes griegos. Medea ayudó a Jasón y Circe a Ulises. De esa estirpe solar y enamoradiza era la joven princesa, menos maga que su tía y su prima. A Teseo ella le ofreció una puntual ayuda: tan sólo un cabo de hilo, mientras ella se quedaba con e ovillo.

El héroe lo iba soltando a medida que avanzaba en el interior del Laberinto, para luego recogerlo y salir al exterior. Avanzó Teseo al encuentro del Minotauro, acabó con él en reñido duelo, y volvió a la luz para encontrarse en los brazos de Ariadna, que le aguardaba. Como estaba pactado, la hizo subir a su nave, junto con los siete muchachos y las siete muchachas rescatados, y zarpó rumbo a Atenas con e viento hinchando la vela negra. En las escenas de la cerámica clásica está retratada la victoria del héroe sobre el monstruo astado. Fue un triunfo esperado y muy celebrado.

En un cuento maravilloso sigue siempre a la victoria sobre el monstruo la secuencia de la boda principesca feliz. Pero en los mitos caben las sorpresas. El mar azul brinda a los amantes una fuga fácil de las iras de Minos. Por el camino los alegres jóvenes inventaron una danza nueva, “la de la grulla”, todos en fila y agarrados de las manos, corriendo en zigzag, como recuerdo del Laberinto. Pero Ariadna no llegó a Atenas. Se quedó en el camino, abandonada.






Respecto al motivo del abandono en la isla de Naxos (o Día según otras versiones), la tradición ofrece unas curiosas variantes. Según Homero, la diosa Artemis mató a la joven de un flechazo a instancias del dios Dioniso. Esta variante, a la que alude Eurípides, es la más antigua. Podemos suponer que, al fugarse con Teseo, la joven había traicionado a Dioniso. ¿Tal vez porque era antes su sacerdotisa en Creta? Según otros autores, fue la diosa Atenea, o bien Hermes, quien ordenó a Teseo que dejara a la joven en la isla. O acaso fue el mismo Dioniso, quien ya había planeado encontrarla allí, rola y rendida a sus encantos. Otra versión atribuye el abandono a un factor de azar: una violenta tempestad alejó su nave de la costa apenas bajó la princesa. Esta versión es muy rara. Sitúa además la escena en Chipre, que no está ni mucho menos en la ruta de Creta a Atenas. Tal vez se ha confundido a la cretense Ariadna con una figura de nombre semejante en un culto local, en una isla donde se rendían numerosos cultos a Afrodita. Otra versión, probablemente tardía, cuenta que Teseo dejó a Ariadna porque ya se había prendado de otra bella muchacha, de Egle, hija del focense Panopeo. Puestos a inventar motivos, podemos sugerir que, siendo Teseo como era un tipo ambicioso, abandonó pronto a la princesa cretense para no comprometer su destino futuro de rey de Atenas. Pero no deja de ser intrigante el que luego, en el mito clásico, Teseo se casara con Fedra, hermana de Ariadna.

El caso es que mientras Teseo se iba camino de Atenas, y olvidaba en su remordimiento o su tristeza cambiar la vela negra por la blanca, Ariadna se encontró con el dios Dioniso, festivo y hermoso, con sus alegres comparsas, y le ofreció compañía, amor y un himeneo inmortal entre música de címbalos y crótalos. Algunos poetas clásicos recuerdan el enlace y la fiesta en sonoros versos, así Cátulo y Ovidio.

De la leyenda de Ariadna quedan no sólo imágenes, sino unos cuantos famosos símbolos: el Laberinto, el Minotauro, el ovillo y el despertar isleño. El más propio de Ariadna es el ovillo. En la cerámica arcaica se la pinta con él en la mano, aguardando. Medea tiene sus filtros, Circe su varita mágica, Ariadna sólo su ovillo. Es su arma para ligar al héroe a su propio destino. En el mundo griego el hilo es instrumento y objeto muy femenino, pues tejer e hilar es una tarea doméstica esencialmente de la mujer. Con el hilo el héroe puede salir del Laberinto, pero por él se encuentra atado luego a su salvadora. Teseo, que no es un ingenuo, sino un político en viaje iniciático, rompe esa atadura la deja en la isla. La isla es una especie de laberinto de muy difícil salida, sin el hilo de un barco. Menos mal que en ayuda de la joven acude un dios, y nada menos que Dioniso, el liberador, el juerguista, el enemigo de las ataduras, un dios que a veces se transforma en toro. Aunque podríamos insinuar que en esto Ariadna se parece a su madre, que tuvo también amores taurinos, no compliquemos el tema más.

Podemos sospechar que Ariadna fue, en mitos y ritos muy arcaicos, no una princesa, sino una antigua diosa, una figura divina relacionada con Afrodita y con Dioniso. Con cultos de la vegetación y la fecundidad, amiga de danzas y músicas. La mitología retomó ecos de sus cultos y trenzó sobre ellos su trama narrativa, acentuando unos símbolos y unas estampas. Ariadna alcanzó un destino final más glorioso de lo esperado. Si Teseo la abandonó –aquel aventurero donjuanesco al que le aguardaba un destino de monarca ejemplar en Atenas-, ella logró un feliz amparo dionisíaco. Fue así mucho más que la auxiliar mágica o la princesa raptada de los cuentos.

Con su halo lunar y sus encantos eróticos –poco amada de Atenea y Artemis, que aconsejaron a Teseo su abandono, pero favorecida por Afrodita y Dioniso- la bella cretense, la dama del ovillo, aguardando a las puertas del Laberinto o en su isla solitaria, es ella misma un símbolo de la condición femenina, frágil figura entre tipos masculinos que ejercen o buscan el poder: como su padre el rey Minos, como su hermano monstruoso, como el héroe Teseo y como su salvador el divino Dioniso."

ARIANNA A NAXOS, Hob. 26b
Música de Franz Joseph Haydn (1732-1809)
Arleen Auger, soprano
Handel and Haydn Society
Christopher Hogwood

Nota: por si alguno está interesado en el texto (en idioma original y en su versión al español), aquí les dejo el enlace desde donde pueden descargarlo.
http://www.geocities.com/ubeda2002/haydn/hob26b.htm



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