lunes, 8 de junio de 2009

UNA PELÍCULA: LA LOBA

The Little foxes, 1941
Dirección: William Wyler.
Producción: Samuel Goldwyb-RKO.
Guión: Lillian Hellman, según su obra teatral.
Fotografía: Gregg Toland (b/n).
Dirección artística: Stephen Gooson.
Montaje: Daniel Mandell.
Intérpretes: Bette Davis, Herbert Marshall, Teresa Wright, Richard Carison, Charles Dingle, Carl Benton Reid, Dan Buryea, Patricia Collinge.

“Un famoso artículo de André Bazin evitó que los jóvenes iconoclastas de las “nouvelle vague” lapidasen a Wiliam Wyler (1902-1981) en su mordaz revisión de los paladines del academicismo y la falsa “qualité”. Debido a ello, Francois Truffaut nunca ocultó su respeto hacia el viejo maestro nacido en la Alsacia francesa, educado en Lausana y París, y director brillante pero irregular en Hollywood donde tuvo que pechar con algunos encargos impropios de su talento. Wyler disfrutó de una educación refinada y, evidentemente, fue un director exquisito.


Sin embargo, su cine continúa suscitando encono y adoración casi a partes iguales. Para Bazin, en ese cineasta americano el “máximo coeficiente cinematográfico coincide paradójicamente con el mínimo de puesta en escena posible”. Es el triunfo del “estilo sin estilo”, generador de frases que hoy se nos antojan desmedidas e incluso blasfemas, como aquella de Roger Leenhardt (crítico de "Esprit" y "Lettres Françaises") que, en ocasión del estreno en París de La Loba, sentenció: “¡Abajo Ford, viva Wyler!” Para el irónico Andrew Sarris, la “carrera de Wyler, al menos por que hace a dirección personal, no pasa de ser un cero”. No es extraño que semejante descalificación vaya acompañada de otro temerario aserto: La loba le debe más a la cámara de Toland que a la dirección de Wyler. Claro que Gregg Toland, aquel mismo año, había dirigido la fotografía de Ciudadano Kane.


Intentemos encontrar el término medio, siempre tan difícil y menos brillante en fuegos de artificio. La loba reunía de nuevo a Wyler y Lillian Hellman, su guionista en Estos tres (1936, película de la que el propio Wyler haría un remake en 1961, titulado La calumnia) y Calle sin salida (1937). La loba partía de la obra teatral de Lillian Hellman, The little foxes, estrenada con gran éxito por la legendaria Tallulah Banhkead, y que en la temporada 1981-1982 le sirviera a Elizabeth Taylor (tras dejar varios kilos en la sauna) para convertir en acontecimiento su presencia en los escenarios de Nueva York y Londres.


Pero un tercer talento resultó decisivo para que La loba siga siendo hoy una de las películas más sólidas de su autor. El film servía de reencuentro de dos antiguos amantes, William Wyler y Bette Davis, con el clima pasional que aquello implicaba. Wyler, que ya la había dirigido en Jezabel (1938) y La Carta (1940), quiso contar para el proyecto con Bette Davis y consiguió que la MGM pagara a la Warner 150.000 dólares por la cesión, más el préstamo de Gary Cooper para la película El sargento York.

Si hemos de creer al solvente Charles Higham, biógrafo de la estrella, Wyler cometió un afortunado error cuando impuso a su ex-amante que dejara a un lado su natural soberbia y asistiera a una representación en Broadway de Tallulah Bankhead, en su interpretación de la ambiciosa protagonista de “The Little Foxes”. Miss Davis –temperamental y orgullosa, pero espléndida actriz- quedó tan impresionada por el trabajo de Tallulah que lo arriesgó todo con tal de darle al personaje de Regina un registro interpretativo totalmente distinto. Creó su propio maquillaje y un peinado característico para obtener una creación personal. “En vez de la sensualidad y la voluptuosidad reprimida que sugería Tallulah –explica Higham-, Bette se propuso retratar a una mujer que ha destruido su sexualidad para competir con los hombres”


Con la famosa escena en la que deja morir a Hebert Marshall (que ya había sido su compañero en La carta), Bette Davis lograba la más definitiva de sus composiciones de malvada. Los altercados con Wyler eran diarios, pero propiciaron una interpretación antológica. Según Higham, “el encanto y la calidez que deseaba Wyler hubieran desencajado en el contexto: Lillian Hellman había escrito una historia simbólica de la ambición burguesa americana y Bette mostraba consecuentemente cómo el deseo por ganar dinero superaba el deseo sexual y destruía el amor en el matrimonio”

(texto de Lluis Bonet Mojica, en Diccionario de películas de cine norteamericano. Antología Crítica. Madrid 2002. Páginas 449-450)

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