lunes, 8 de junio de 2009

UNA ACTRIZ, BETTE DAVIS

Ruth Elizabeth Davis nació el 5 de abril de 1908 en Lowell, Massachussets (Estados Unidos). Murió el 6 de octubre de 1989 en Neully, Francia. Los antecesores de su madre fueron hugonotes franceses, huidos del país en el siglo XVIII, y en su personalidad ha sido siempre decisivo este espíritu de la Nueva Inglaterra puritana, liberal, rebelde –uno de sus abuelos fue abolicionista militante-, luchadora, enérgica y tenaz. “Comparto con ello –dice- la filosofía de que cuando termina la lucha se extingue también el placer de vivir”. No hay en su familia antecedentes de actores. Su madre, Ruthie Favor, lo hubiera sido de haber nacido en otra generación y en otro ambiente. “Muchas veces pienso que ella es al verdadera actriz”. Su madre es un tipo fabuloso de mujer norteamericana en la que se resumen las mejores hazañas humanas que han hecho la grandeza vertiginosa e increíble de la nación. Compañera inseparable, incansable, invencible, siempre optimista y decidida, de una hija que debió conquistarlo todo en dura batalla.

Porque la vida y obra de Bette Davis puede resumirse así: la lucha contra el medio adverso. “Soy lo suficientemente temeraria para afrontar todo lo que considero un desafío”. El desafío se lo lanza continuamente al vida, el teatro, el cine, sus amores, ella misma…Desde que nació, todos la consideraron poco agraciada, y cuando llegó a Hollywood corrió la broma de que tenía el mismo sex-appeal que Slim Summerville, uno de los cómicos más grotescos del cine, lo que siempre es un fuerte enemigo en la carrera de una actriz, más en el cine y más aún en Hollywood, con su fetichismo por la belleza tipificada. Su padre, abogado distinguido, era un hombre callado y frío: jamás elogió la labor de su hija, aunque llegó a admirarla profundamente. Tuvo una hermana, año y medio menor, pero cuando ella tenía ocho años el matrimonio se divorció. Comenzó para la madre y la dos chicas una vida azarosa y errante: antes de dedicarse al teatro habían vivido ya en 75 lugares distintos. Su madre trabajaba en lo que podía, desde gobernanta de casas o colegios hasta reportera fotográfica. En Nueva Cork, Bette vio las primeras películas de Mary Pickford y Rodolfo Valentino, pero nunca pensó en dedicarse al cine ni a la escena. El azar lo decidió. En Peterboro (New Hampshire), lugar de veraneo, actuaban compañías teatrales de temporada: el fotógrafo se había ausentado, la madre de Davis debía setecientos dólares y decidió aprovechar aquel mercado de actores para sus actividades fotográficas. Bette entró en una academia de danza, y un actor, Frank Conroy, le aconsejó que se dedicase al teatro. Fue una de las pocas personas que creyeron en ella, y marcó su destino.

Estudia en una academia de Nueva York, dirigida por Hugo Anderson, al que su madre convenció de que le pagaría cuando pudiera. El hijo de presidente de la Academia, Hornblow, fue el primero que vio sus posibilidades cinematográficas, le hizo una prueba y la envió a Sam Goldwyn, pero sin resultado. Ganó la beca de la escuela y se mantuvo ya por sus medios. Por una carta de Conroy obtuvo un puesto en la compañía de George Cukor –luego distinguido director cinematográfico- para actuar en provincias, por 35 dólares semanales. La madre le recomendó que estudiase el papel de la segunda actriz, porque se torcería un tobillo y Bette podría sustituirla. Así sucedió, con gran satisfacción de la señora, que presumía de vidente. Pero Cukor no se fijó en el trabajo de Bette Davis; más adelante, en otra gira, la echaría de la compañía, y en Hollywood nunca creyó en ella. Durante una temporada de verano en Dennos (Massachussets) con la “Cape Playhouse”, también logró sustituir a la ingenua, pero la primera figura no la dejó moverse apenas en escena, hasta anularla. El clásico caso de suerte del anecdotario teatral no se cumplió. Sin embargo, Bette trabajará con esta compañía todos los veranos hasta su marcha a Hollywood. En noviembre de 1929 actúa en el teatro Ritz de Nueva York en “Platos rotos”, que logra cerca de doscientas representaciones. Es un año glorioso del teatro neoyorquino, porque la gran bancarrota de hacía unos meses no se sentía aún en la calle.

En la escena de Broadway actúan aquella temporada Clark Gable, James Cagney, Spencer Tracey, Lawrence Olivier, Claudette Colbert, Maurice Chevalier, Ginger Rogers…la gran pléyade que Hollywood va a llamar para apoyar al cine sonoro, ya impuesto. En esa caza de actores, más o menos conocidos, pero que supieran hablar en escena, entró Bette Davis.



Samuel Goldwyn otra vez: vio su retrato en las revistas y creyó que podía ser la compañera de Ronald Colman en Raffles. Pero la prueba de fotogenia fue desastrosa y Goldwyn la rechazó indignado; años después le pagaría una fortuna por su papel en La Loba. Entonces la solicitó la Universal, de Carl Laemmle, para llevar a la pantalla Strictly Dishonorable, de Preston Sturges, gran éxito de Brodway, por trescientos semanales, igual que en el teatro. Pero una vez en Hollywood, todos los directivos y directores de la Universal coinciden en que la adquisición no era afortunada, y sólo le dieron un papel secundario en La mala Hermana (Bad Sister, 1931), dirigida por Hobart Henley. El resultado fue malo y se pensó en prescindir de ella. El operador Kral Freund la salvó porque le encontró algún rasgo utilizable. Interpretó Semilla, de John M. Sthal, pero también sin éxito. Su carrera cinematográfica estaba prácticamente terminada. Y para no perder el importe del contrato la prestan a otras empresas, para hacer películas menores o ínfimas, a veces rodadas en una semana, que contribuían a su total hundimiento.

Tras un año en Hollywood y seis o siete películas fracasadas, la Universal no renovó el contrato. Entonces, por indicaciones de Murria Kinnel, el gran actor inglés George Arliss la hizo llamar para su próxima película, El hombre que se acercó a Dios, porque bajo todos sus fracasos había visto en ella a una gran actriz. A él de Bette Davis su carrera cinematográfica, pero sin la fácil y esplendorosa belleza al uso continúa sin destacar. Hace quince películas más con directores de toda clase y categoría, hasta que en 1934 es prestada a la RKO para el papel femenino de El cautivo del deseo (Of Human Bondage), según la obra de Somerset Maugham bajo la dirección de John Cromwell, como compañera de Leslie Howard. La Warner se negó durante seis meses porque no quería que otra empresa pudiera levantar una estrella desechada por ellos paro bajo su contrato, a la que un éxito tornaría menos manejable y más cara. Pero la convicción de que fracasaría como hasta entonces les decidió a la cesión. El film fue su éxito definitivo. Mildred es la muchacha de barrio bajo y lenguaje cockney, camarera de un pequeño comedor barato, de la que se enamora ese estudiante con un pie deforme, Leslie Howard, que siempre es puesto como ejemplo clínico raro, y le produce un tremendo complejo de inhibición. El amor de aquella muchacha de baja extracción, simple y perversa, es su única salida en la vida. Pero es también su esclavitud y su tortura. Hasta que otro amor cualquiera le libera del pequeño monstruo. Esta creación la consagra como gran actriz y, en cierto modo tiende a tipificarla, peligro constante del actor en el cine.

La Warner la utiliza entonces e interpreta una serie de films, entre los que destaca Peligrosa, que le vale el primer Oscar de la Academia de Hollywood. En El bosque petrificado crea un excelente personaje junto a Leslie Howard. Pero la mayoría de estas películas no le ofrecen nada y la actriz estima que son “increíblemente malas”.

Se encuentra presa en el peligroso dilema del cine profesional: si acepta cualquier película y papel, su descrédito como actriz es inevitable y su final seguro; si se defiende y rechaza, adquiere fama de difícil e inmanejable, calificativo mortal en cualquier país, pero inaceptable en Hollywood, con sus normas de la producción industrial eficiente. Toma otro camino: acepta el contrato que le ofrece Alexander Korda en Inglaterra. Pero la Warner, que la ha cedido sin dificultades, se niega ahora, hace valer su contrato y entabla un pleito que pierde la actriz. Vuelve a la empresa, que desde entonces realiza para ella sus más importantes films. El primero es La mujer marcada (1937), de Lloyd Bacon, con Humphrey Bogart. Con él comienza la gran época de Bette Davis. Jezabel (1938), de Wyler, le vale el segundo Oscar de Hollywood. De 1939 a 1944 es una de las diez actrices más taquilleras del cine norteamericano. Amarga victoria, de Goulding, es quizá su máxima interpretación de esta época, sobre un personaje complejo y patético, moviéndose entre la vida y la muerte. En Juárez encarna a la emperatriz Carlota, casi un papel secundario, pero lo acepta con tal de hacer una creación. La solterona y El cielo y tú son películas de menor calidad, de de mayor éxito de público. Después, grandes interpretaciones en La carta, La loba –una de sus labores magistrales-, La extraña pasajera –cuya primera mitad es inolvidable-, Alerta en el Rhin, la gran película del exiliado político… La vanidosa y Eva al desnudo son brillantes y perfectas creaciones de un personaje, pero este personaje comienza a tipificarse, a fijarse sobre ella. Vida robada es el film más representativo del proceso que viene cercando a la actriz a través de su mejor labor y sus máximos éxitos. Los dos personajes de las mellizas que cambian su vida, entrando una en la vida de la otra, es el sueño dorado de todo actor. Pero aquí Bette Davis no alcanza a Elizabeth Bergner, que la interpretó en 1939. No por sí misma, sino por la manera de trazar el argumento y tratar la realización.


Bette Davis es, desde 938, una de las grandes actrices de la pantalla. Actriz en el sentido del comediante como artista creador, con la plenitud de recursos escénicos. Es, por ejemplo, la actriz que mejor se mueve en la pantalla. Dueña y maestra de un oficio y una técnica prodigiosos, infinitos, que nos e notan a fuerza de ser efectivos, ocultos en su propia creación. Esta creación es un ser humano de ilimitadas perspectivas, universo hecho de todo lo que le rodea, pero siempre reducido y traducido a sí misma. Un mundo en un ser humano es lo que Bette Davis ha logrado hacer en la pantalla. En este sentido de gran comediante de todas las posibilidades es superior a la gran Greta Garbo, toda personalidad y fascinación, o a Ingrid Bergman, toda espontaneidad y calidad humana. Bette Davis va siempre más allá de sí misma y sus personajes perfectamente trazado, actriz del horizonte sin límites.

Pero no ha encontrado nunca el productor, la película, el argumento ni el realizador que precisaba. Ni mejor ni peor, sino el necesario a esa personalidad peculiar, impar, de orden genial. Apenas media docena de films y personajes ofrecen un camino a sus posibilidades de creación. Lo demás es mediocre, nombres y nombres, sin apenas valor en la historia del cine.

Poco a poco estos films la van encasillando en tipos manidos, consabidos, repetidos. A partir de 1953 sus films son de una creciente insignificancia artística. Bette Davis vuelve al teatro, hace una revista musical dirigida por Bassin, recorre el país, tiene éxitos en Brodway, pero como gran estrella de cine ha desaparecido prácticamente. Son diez años de nueva lucha contra todas las adversidades. Operada de osteomielitis, estuvo dos años retirada para reponerse; después se rompió la columna vertebral, lo cual la obligó a un año de reposo; su aspecto físico acusa agudamente, exageradamente, el tiempo. Murió su madre, su constante e infatigable amiga y compañera. Y se consumó su cuarto divorcio, tras diez años de matrimonio con el actor Gary Merrill, con el que hacía sus giras teatrales. Su primer matrimonio fue con músico Harmon Nelson Jr., antiguo compañero de colegio, casados de 1932 a 1939; Arthur Farnsworth, divorciados en 1943, y el ex boxeador William Grant Sherry. Tiene una hija propia y dos hijos adoptados. Con ellos vuelve a Hollywood, dispuesta a afrontarlo de nuevo por el camino más difícil, haciendo una petición pública de trabajo como una empleada cualquiera. Obtiene éxitos en ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver, ambas de Robert Aldrich. Pero sin recuperar el puesto de magnífica actriz que tan legítimamente ocupó durante muchos años.”

(Texto tomado íntegramente de VILLEGAS LÓPEZ, Manuel: Grandes clásicos del cine. Pioneros, mitos, innovadores. Ediciones JC. Toledo 2005. Páginas 95-99)







1 comentario:

Anónimo dijo...

Normalmente, las actrices con grand tecnica como Bette Davis no tienen ninguna sensualidad en la pantalla.

Meryl Streep, Isabelle Hupert son dos casos así.

Lo que yo encuentro interessante en Bette Davis es que malgrado su grande tecnica, ella es siempre muy mujer de carne, siempre muy sensual en la pantalla...

De todas sus peliculas me encanta, naturalmente "All about Eve" y sobretodo "What happened to Baby Jane"...

La Crawford y la Davis!!!! Que pareja de infierno!

Valmont